El espejo imposible
viernes, octubre 16, 2009
Ahí arriba
Bueno, por qué no. Si los dedos nunca pueden más que la cabeza. Después hay que bajar a tierra. Eso sí que es, al menos, imprescindible.
lunes, febrero 12, 2007
Nebulosa
Por ahí no te sorprenda, pero bien que casi creíste que era una sierra dispuesta a abrirte la cabeza. Igual, no te movés. Preferís la nebulosa.
Los ojos perdidos en una mancha- que es objeto, no un fantasma -. Le hablan y él no escucha, porque vuela mentalmente. Recorre recuerdos y palabras. Todo, por no olvidarse.
Claro, lo entiendo. A mí me dicen que me cuelgo, que me tildo, que no estoy. Les da risa y me imitan por un rato, hasta que vuelvo a estar ausente.
Yo también sé sentirme sola y en el aire.
jueves, febrero 08, 2007
Sentate, comé, te quiero
Quedate quieta, no te muevas. Acomodate las trenzas torcidas, y no llores como marrana, porque no fue para tanto. Las cosas son así. Ya vas a ver: cuando seas grande me lo vas a agradecer.
Ya estás verdoso, chichón del medio. ¿Vos por qué fuiste? ¿Por la palabrota que dije cuando vi mi plato de polenta? ¿O por haber roto el jarrón de losa china? Más vale que te vayas pronto, chichón del medio, porque no me gusta verte cambiar de color.
De eso se trata, de un dolor puntiagudo que va de afuera hacia adentro. Y a veces vuelve a salir. Y se esparce, la cubre, la encierra. Y se calma de a ratos, en ciertos momentos, cuando ella escucha que le dicen que la quieren.
Gallito ciego
La mamá a veces quiere jugar también. A Nani le da no sé qué decirle que no, porque ve que la mira con cara triste.
"Bueno, dale."
La mamá se pone en la ronda, pero se sienta en una silla para ser más petisa, y ella se venda los ojos y da vueltas y vueltas. Espera muy a escondidas que no le toque tener que reconocer a la mamá. Igual, muchas veces, después de ser torbellino y extender las manos hacia adelante, siente el calor de la cara, los cachetes blanditos y la nariz flexible. Como le da pena, hace como que se equivoca y le dice "Pepa" o "Mana" o "Blancanieves", luego de un rato de dudar de mentiritas. En otras ocasiones, en cambio, sí dice "mamá" y la abraza. Sabe que su mamá no es ninguna tonta.
viernes, enero 12, 2007
Una nube vertical
Yo no quiero que ese payaso me absorba lo poco que me queda de cerebro. No me gusta que venga un tipo con sombrero y cachetes con colorete y me rompa la cabeza contándome boludeces. Harrrrrrta estoy de todo eso.
Y pienso que si viniera una nube vertical que traspasara el agujero ese de la carpa, del que se debe haber escapado más de un trapecista, y esa nube vertical bajara hasta frenar tan sólo un poco más arriba de mi cabeza y me invitara a agarrarla, yo lo haría con todo gusto.
Así
Bajaría
La
Nube
Vertical,
Cada
Vez
Más
Abajo
Y
Más
Abajo
Cada
Vez
Y entonces la agarraría. Bien fuerte, por ahí con un poco de miedo. Y mamá y papá me mirarían espantados, y mi hermano se reiría un poco, y mi hermana se sonreiría y lo frenaría a papá, que estaría gritándome.
Y
Cada
Vez
Más
Arriba
Y
Más
Arriba
Cada
Vez
Subiría
Con
La nube
Vertical.
El agujero no sería un problema, apenas rasparía mi rodilla. Seguro que la gente se quedaría mirándonos sorprendida, tal vez pensando que esto ha resultado ser un condimento para una noche más que predecible. Posiblemente en ese momento empezarían a disfrutar realmente del espectáculo.A mí, la verdad, no me importa. Porque de golpe me encontraría volando en una nube vertical al aire libre, en vez de saltar de acá para allá con una lona como límite.
Eso sí: me quedaría pensando en la reacción del payaso, del domador, del acróbata. En la del equilibrista, del trapecista, del presentador. Tal vez, querrían traer a tierra a los espectadores (que se sentirían volando conmigo en la nube vertical) y jurarles que fue parte del show. Y más de un espectador lo creería. Pero mi familia saldría corriendo para verme, y creo que muchos los seguirían. Y el payaso se sentaría en la pista, junto a algún mono, para derramar un par de lágrimas.
La verdad, no odio tanto los circos. Pero cómo me gustaría poder volar agarrada a una nube vertical.
martes, enero 02, 2007
La palabra correcta
- ¿Por qué no viniste ayer? Me pareció raro, vos nunca faltás.
- Se murió mi abuelo. – le digo, finito. Y ella no sabe qué decirme.
Un compañero, que hasta este momento fue para mí solamente una nuca, se da vuelta:
- ¡"Falleció", bestia!- me grita, indignadísimo, y vuelve a sus deberes.
Yo le grito, también, pero es como si no me saliera nada. Apenas unas pocas palabras que ahora, casi trece años después, las recuerdo como inventadas.
domingo, diciembre 31, 2006
Sopa y cadáver
Eso huelo: sopa y cadáver. Sopa de letras de trigo candeal, un cadáver no muy exquisito. Los dedos aprisionan la nariz, el paso se hace más rápido, se mira la puerta con asco y desconfianza.
La peluca tirada en el suelo, rulos plasticoides recorridos por hormigas exploradoras. Yemas que tocan el piso mugriento de días, que protegen del polvo esos pequeños sectores del piso. Los ojos cerrados y los anteojos puestos. Vestido de entrecasa. Bigotes sin depilar. Un zapato apenas agarrado al dedo grande del pie izquierdo.
Gran controversia se suscita en torno a la figura de la gallina: que si fue primero el huevo o ella, que si dice algo cuando cacarea o no, que si come realmente gusanos o hace que se los come para divertir a los pollitos, que la pechuga o la pata. Cuando el gallo no está, las gallinas comen. Y sirven para ser comidas. Sin dudas, nada mejor que un pedazo de pollo o de gallina en una sopa de fideos de trigo candeal. Todo, para matar el frío.
El frío cubre toda la casa, un frío que no entra colado por una ventana. Un frío que no puede ser calmado por una sopa. Ni aún queriendo.
sábado, diciembre 23, 2006
La feliz manera
Nos sentamos debajo de una palmera. Yo desconfiaba de ella, tenía miedo de que una paloma hiciera de las suyas sobre mi cabeza. Esa es mi fobia.
Todo empezó con un comentario tonto, y de ahí surgió una discusión grandota sobre vaya a saber qué tema, ya no me acuerdo. Y me olvidé de la palmera, de las palomas.
Al rato, lloraba. Una vez más. Movía el pie, más nervioso que nunca, para adelante y para atrás, con tanta energía que ahuyentaba a los mosquitos que rondaban esta plaza veraniega. Pateaba el aire, por no patear cabezas, y mis manos se retorcían y golpeaban mi falda como las manos de una nena chiquita. Pensaba en mi papá.
Gritos. El tiempo pasaba en un círculo vicioso que era necesario cortar. Yo no me creía capaz de lograrlo.
Y pasó. Habrá sido la suerte, algún dios, la madre naturaleza o simplemente una paloma vengadora la que resolvió el asunto. Pero no importa, porque, de golpe y porrazo, yo me reía. Yo me podía reír.